Las nuevas relaciones de poder en las aulas virtuales
Julio Martínez
Una de las preocupaciones del educador en el marco de la pandemia y los ajustes que se han hecho a los procesos educativos es ¿Como se afectan las relaciones sociales en el marco de la virtualidad?
Eso suena chocante, pues la primera reacción es considerar que el aula presencial ha servido entre otras cosas, para el ejercicio del poder. Desde luego, uno puede idealizar románticamente al proceso educativo, sin embargo, siguiendo a Foucault “Toda relación social es una relación de poder”. Debemos considerar que el poder no siempre es malo por sí, es el uso que damos al poder lo que recibe la valoración. Es claro que un poder utilizado en la búsqueda de la formación, la capacitación, el crecimiento del humano es bueno. Un poder usado para la manipulación, la utilización en función de los intereses del que somete no es tan “bondadoso”.
De acuerdo a Santillana Andraca (2005):
“El término “relación social” le da al fenómeno del poder un grado de especificidad mayor respecto al resto de las expresiones mencionadas. Cuando el poder se expresa a partir de la representación o de la reflexión, la conciencia del sujeto hace abstracción de su situación real y no se percata de la red de relaciones sociales tan complejas que son partícipes del poder aparente del objeto. El lenguaje mismo expresa y sintetiza — aunque no agota — esta red de relaciones sociales. Pienso, por ejemplo en el Nietzsche de “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”.
Los procesos educativos son de relaciones sociales, un docente que interactúa con estudiantes, el donde el docente (facilitador, orientador, guía, administrador), busca lograr ciertos objetivos basado en un programa creado por “autoridades”, aquí el termino autoridad adquiere la connotación de Foucault:
“Es así que al poder se transforma en autoridad sobre la otra persona, a la cual le deberá obediencia, respeto y benevolencia. Podemos ver algunos ejemplos de este tipo de autoridad en la edad media, donde la religión junto a la iglesia era la autoridad máxima, por ende tenían el poder y eran la autoridad, al ser ellos los que imponían una forma de vida, una concepción del mundo una filosofía, un estilo de vida en su totalidad. Pero que pasaba si esto no era obedecido por los hombres que estaban sometidos, entonces se imponían castigos que eran legitimados por la autoridad, los hombres debían de ser formados y educados de acuerdo a las normas establecidas” (Esteban Hilario, 2015)
Los procesos educativos “formales”, en donde la autoridad educativa del Estado “aprueba”, ya presupone este uso del poder. Los docentes buscan lograr los objetivos planteados en los programas, las competencias establecidas para encausar al estudiante hacia un logro que le convierta en un profesional hábil, reflexivo, crítico y competente. No tan reflexivo y no tan crítico que busque hacer revoluciones del estado de las cosas, pues sino ya las hubieran hecho los docentes, en lugar de buscar que la hagan sus estudiantes — Esta expresión me ganará nuevos “adeptos”— .
El docente utiliza eso que algunos llaman “microfísica del poder” para lograr sus resultados:
- Horarios rígidos
- Participación inducida (un paso adelante del silencio sepulcral de las aulas del siglo XX)
- Tareas, asignaciones con fecha de entrega tope
- Asistencia puntual
Eso entre otros mecanismos aparentemente administrativos, forman parte de los expresiones de poder, es posible preguntarse: ¿hay otra forma? La respuesta a esto es que quizá haya creación de responsabilidades en el estudiante, pero estas formas no son valoradas como malas, solo como necesarias para el logro de los propósitos.
El mundo de lo virtual, a partir de la experiencia, nos muestra algunas acciones que se enfrentan con estos usos del poder:
- La clase virtual no es atendida sincrónicamente por el 100% del estudiantado, pues muchas aplicaciones permiten la grabación de la sesión, de tal forma que el estudiante puede revisar las sesiones posteriormente, y atender otros asunto o quedarse dormido, incluso durante la sesión. ¿Por qué querría el docente que participe en la sesión sincrónica? Bueno, la interacción puede enriquecer y cada uno tiene mucho para aportar.
- El estudiante apaga sus cámaras de video, pues hay que considerar el derecho a la privacidad, a la intimidad del hogar. Eso sin embargo facilita que pueda “fugarse” momentáneamente, o durante mucho rato. ¿Queremos que esté ahí, clavado en la sesión? Pues sí, para que pueda aprender de las discusiones y exposiciones. ¿Y si eso lo puede hacer con las grabaciones.
- De las tareas nadie se salva, sin embargo, se pueden presentar excusas: falla el internet por diversas razones, el ancho de la banda no alcanza para “subir” las tareas, el día previsto hubo una tormenta, no tengo compitadora, etc.
- Uno de los aspecto incontrolables es el hecho que, mientras la pandemia obliga a casi todos a usar tecnologías, es muy posible que simultáneamente, haya varias personas conectadas en el hogar, al mismo tiempo, lo que dificulta la conectividad.
En suma, el docente sí debe estar conectado a la hora exacta, y en lo posible mostrarse a los estudiantes en cámara, adaptando su entorno doméstico de forma académica, y buscar desarrollar nuevas metodologías y didácticas para favorecer el aprendizaje. Pienso que ahora, en este contexto, el mas sometido es el docente, mientras el estudiante cuenta con una mayor flexibilidad. ¿Ha cambiado la relación de poder? Es un asunto para reflexionar, las posibilidades del docente de usar su autoridad en función del aprendizaje del estudiante o la libertades del estudiante para someterse o eludir responsabilidades.